Todos los 8 de Diciembre solemos armar el pesebre en nuestros hogares. En Santa Rosa, además del que se armó junto al Sagrario, tenemos un pesebre que nos acompaña durante todo el año. Les contamos el porqué.
Si bien estamos acostumbrados a ver armada la representación de aquella noche en Belén en Diciembre, mes de la Navidad, en nuestro Templo tenemos un pesebre que nos acompaña durante todo el año.
Este pesebre fue buscando su lugar dentro del Templo, hasta encontrar providencialmente en este espacio la posibilidad de reflejar la síntesis del misterio y el propósito por el cuál Jesús fue enviado a la tierra.
Para los cristianos el centro de nuestra fe se basa en el misterio del nacimiento-muerte y resurrección de Jesucristo.
Él llegó como un niño y eligió hacerse pequeño y frágil para encarnarse y hacerse semejante a nosotros. Este niño de nombre Emmanuel, que significa “Dios con nosotros”, se humilló a sí mismo y fue obediente hasta la muerte, y muerte en la cruz.
Su nacimiento nos hace recordar que su venida ha sido el mayor regalo, pero reconocer su nacimiento y no unirlo a su muerte y resurrección, es ignorar que murió por nuestros pecados y resucitó para nuestra salvación.
Por eso no podemos mirar el pesebre sin la cruz, ni la cruz sin el pesebre. Ambos nos invitan a contemplar un punto de unión entre los dos acontecimientos, tanto la madera de su cuna como la de su cruz contienen y sostienen el mismo cuerpo y al único Salvador. Pesebre y Cruz, principio y fin de la obra redentora.
Para completar este misterio, junto al pesebre y la cruz, nos encontramos con el confesionario, lugar de reconciliación en el que los humanos tenemos la posibilidad de hacernos pequeños y a través del perdón sanar y experimentar en nuestra propia vida el misterio completo de su nacimiento, muerte y resurrección.